domingo, 23 de junio de 2013

Masacre Capilla del Rosario : El soldado que vio el fusilamiento

El testimonio de Jose Gambarella en el juicio.

Gambarella estaba cumpliendo el servicio militar en 1974, cuando presenció el asesinato de militantes del ERP en Catamarca. “Vi caer al primer joven que salió con las manos en alto y a una queriéndose cubrir la cara, y vi caer a cuatro más”, contó.

 Por Alejandra Dandan

En 1974 José Gambarella hacía el servicio militar en Catamarca. Ahora declaró como testigo en la causa por la masacre de Capilla del Rosario, que investiga el fusilamiento de un grupo del ERP de agosto de 1974. La querella comparó su testimonio con el del “fusilado que vive” de José León Suárez –recogido por Rodolfo Walsh en Operación Masacre– o los sobrevivientes de la Masacre de Trelew. “Vi caer al primer joven que salió con las manos en alto y a una queriéndose cubrir la cara y vi caer a cuatro más. Ahí –soy sincero–, me hice para atrás, no quise seguir mirando, me alejé unos metros”, explicó. “Lo que me sorprendió es que yo estaba prestando servicios, era un soldado, y a nosotros nos enseñaban que ante un paracaidista había que esperar que llegue a tierra para matarlo en caso de guerra; si lo mataban en el aire era un fusilamiento. En caso de guerra, había que tomarlos prisioneros, todo eso me vino a la cabeza, porque si se rindieron, ¿por qué los matamos?, ¿por qué no los tomamos prisioneros?”

José Gambarella estuvo sentado por un hora en la sala del juicio en Catamarca. La causa fue compleja durante la instrucción porque los fusilamientos se produjeron antes del golpe de Estado. Pese a que ya había pasado Trelew, la lógica judicial pedía que las pruebas demuestren que éste no era un hecho aislado sino parte del plan de aniquilamiento estatal y, por lo tanto, un crimen de lesa humanidad, imprescriptible. Esto es otro de los ejes que intenta probar este juicio: además de los fusilamientos, el contexto. En ese sentido, el testimonio de Gambarella también fue importante porque su relato, estremecedor, incluyó el momento en el que él mismo empieza a ser perseguido por aquel acto de humanidad.

Los fusilados pertenecían a la Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez, del PRT. El sábado 10 de agosto, un colectivo con unos 47 integrantes que viajaban desde Tucumán llegaron a Banda de Varela, a unos siete kilómetros de Catamarca. Estacionaron a unos cien metros de la ruta. Mientras esperaban un vehículo con armas fueron descubiertos y tiroteados por la policía. El grupo se desbandó. Una parte se fue a Tucumán y salvó la vida; otro grupo se internó en medio del monte desprovisto de todo, con hombres heridos.

El lunes 12 de agosto, Gambarella llegó a Banda de Varela con su compañía. “Nos informaron cuál era el motivo por el que estábamos ahí, que se iba hacer un rastrillaje interno, casa por casa, en el cual nos tocó avanzar a nosotros. Tres horas habremos hecho de recorrido hasta que llegamos a Aguas Coloradas.” Desorientados, preguntaron a un sargento cómo salir a la ruta. Cuando salieron eran las 12 del mediodía del lunes, estaban a un kilómetro de Capilla del Rosario y en la ruta estaba la plana mayor del Ejército. Entre ellos, Carlos Carrizo Salvadores, jefe del Operativo y acusado en este juicio. Según Gambarella, “parecía que ya tenían información de dónde se encontraban ocultos estos guerrilleros, porque formaron grupos para ir a buscarlos. Así, salimos aproximadamente a la 1 de la tarde, habremos caminando unos 200 metros y nos informan que teníamos que regresar porque el camino era incómodo para ascender y descender. Se informó que ya llegaban helicópteros por vía aérea, que iban a tratar de reconocer la zona. A los 20 minutos aparecieron los helicópteros; venían de la parte oeste hacia la ruta”.

Los helicópteros hicieron el reconocimiento hasta localizar al grupo de guerrilleros. Volvieron y organizaron la tropa. Había varias compañías, “estábamos todos entreverados”, dijo Gambarella: “Lo que recuerdo es que se pedía que sean oficiales o suboficiales del Ejército los del enfrentamiento”. Avanzaron y subieron unos cien metros de la quebrada. Ahí vio a “un señor, me acuerdo que tenía parada porteña, con capacidad como para estos sucesos, como si tuviera el mando”. El grupo “en el que andaba yo quedó unos treinta metros para abajo. Ahí se escucharon unos disparos y a los cinco o seis minutos observé que salían unos jóvenes. Tenían la misma edad nuestra, teníamos 20 años”.

Salieron “con las manos en alto y ahí se produjeron los disparos. Pude ver a uno de ellos, pero por la forma en que salía no presté atención de dónde se disparaba, aunque sí observe a este hombre, que por los movimientos de fusil daba la impresión de que estaba disparando. Y vi caer primero al joven que salió con la mano en alto. Vi que se cubrió cuando lo mataron, vi caer a cuatro más y ahí –soy sincero– me hice para atrás”. Treinta minutos después les pidieron “colaboración” para levantar los cuerpos que estaban destrozados. “Yo recuerdo que después llegó el helicóptero; la única forma que había era cargarlos para poder volver a llevarlos a la ruta. Yo ayudé con este cuerpo nada más, que estaba entero, pero ensangrentado, con varios balazos. Luego regresamos a la ruta donde se encontraban algunos otros de los que se trasladaron a la Capital.”

Los cuerpos quedaron tendidos en la ruta, algunos durante horas, otros hasta el día siguiente. Varios estaban irreconocibles. “Recuerdo que se los trataba creo que peor que un animal, para sus traslados, para todo lo que había que hacer con ellos. Como uno era católico, quería tratar de levantar un cuerpo como se debe levantar a una persona, y parece que todo eso estaba mal porque la orden que teníamos era de matarlos a todos. Soy consciente de que, de enfrentarme con ellos, quizá también yo disparaba, porque me tenía que defender, pero no matarlos a todos de la forma en la que se los mató.”

–¿Tenían armamento los integrantes del ERP? –preguntó una querella.

–El día que los mataron solamente vi dos o tres pistolas calibre 22 o 22 largo, sin municiones.

–¿Los jóvenes dijeron algo?

–Uno de ellos gritaba que no lo mataran, que se entregaba.

–¿Los traslados se hicieron ese día?

–Creo que esa tarde unos cuantos, y al otro día a todos, porque iba a quedar un grupo cuidando y me acuerdo de que nadie se quería quedar.
Los acusados

Gambarella explicó que “el capitán” Salvador Carrizo “dio la orden del operativo” desde Valle Varela, donde les dijo que los guerrilleros “eran unos delincuentes que había que matarlos a todos, y si era posible traerlos en la punta del sable bayoneta y dejarlos ahí”. Carrizo siguió todo el operativo “siempre en la ruta”. Era la persona “a la que había que darle toda la información de lo que sucedía, paso a paso, lo que se iba haciendo”. En la quebrada, situó al “subteniente (Mario) Nakagama”, uno de los hombres con los que “nos sentíamos seguros porque era un subteniente bien instruido, sabía bien, conocía la zona, se daba cuenta de todo”. Cree que fue la persona que encendió el helicóptero para hacer el patrullaje y localizar a los guerrilleros, “pero todo se lo informaba a Carrizo”. Por último, en el relato ubicó al “porteño”: Jorge Acosta, uno de los jefes operativos, poco conocido en Catamarca, pero acusado en este juicio, recordado en La Perla como torturador, con dos condenas a perpetua en Córdoba, donde es juzgado nuevamente.

La Compañía del Monte

Para los investigadores y querellas, estaba claro que los militantes no podían ofrecer ningún tipo de resistencia y que se entregaron desarmados. Cuando pararon el colectivo en Banda de Varela, el sábado a la noche, tenían un punto de encuentro con un Mercedes Benz frutero con una parte de las armas y esperaban un Chevrolet. Eran alrededor de las once de la noche, se estaban cambiando y pasan aparentemente dos muchachos en bicicleta hacia un baile. Ven los colectivos y avisan a la comisaría, que a su vez avisa a la Jefatura Central. A las doce de la noche, con dos patrulleros, se produjo un tiroteo. “Una locura, porque los agarran desprevenidos, en medio de la noche, mientras se están cambiando, y ahí se produce el desbande”, dice el abogado de la querella, Guillermo Díaz Martínez. “Una parte se va por atrás del colectivo con algunos heridos y lo que tienen puesto. Dejan el armamento, estaban sin nada, con dos chasquibum y una gomera. Un grupo escapó a Tucumán y sobrevivió. El otro grupo se interna en las lomadas previo al paso por un río, donde se mojan porque no conocían nada. Empiezan a caminar perdidos, tratando de escapar por la noche, y los sobrevivientes nos dicen que ni siquiera las linternas funcionaban, porque las pilas se les habían mojado. Cinco armas les encontraron en el momento de los fusilamientos. Era agosto, y hace un frío tremendo en este lugar, el monte con espinas, perdidos, caminando sin rumbo, no sabían dónde estaban el Norte o el Sur. Hasta que llegan a las 9 de la mañana a la Capilla del Rosario ya es lunes. Había heridos. El Negrito Fernández –que no está como víctima en esta causa aunque sabemos que fue sepultado como NN en Tucumán manda a un grupo al pueblo más cercano a buscar remedios. Cuando dos van al pueblo, los agarra la policía y los mete presos. Y el grupo que quedó se mete en el monte, atrás de la Capilla, y ahí se esconden en el cañadón del que se habla. No hay que olvidar que el fusilamiento es a las 15 del lunes, que ellos cuando llegan a Catamarca estaban en ayunas, habían comido sólo naranjas. Sumá todas esas horas, sumá el lunes sin comer, en la intemperie, ¿cómo llegan? Destruidos moralmente, más de cuarenta horas así, físicamente destruidos.”

La pistola de los muertos

Gambarella no tuvo que pensar demasiado que lo estaban persiguiendo cuando halló en su cofre la pistola que él mismo encontró el día que fusilaron a los “jóvenes”. Era una pistola 22 corta, con la culata de plata, de la “que nunca me iba a olvidar”. Para entonces ya estaba castigado porque había hablado de sus preocupaciones sobre la ética de la guerra. Lo pusieron en un calabozo “y me di cuenta de que era perseguido por todos lados”. Un viernes salió de franco y, como solía hacer, ofreció alojamiento a dos de sus compañeros de conscripción, uno era de Tucumán y el otro de Santiago del Estero. Más tarde los dos compañeros fueron asesinados, también eran militantes del PRT, aunque Gambarella no lo sabía. En esa ocasión uno de ellos le dijo que había escuchado lo que le estaba pasando y que iba a tener problemas si se juntaba con ellos. Esta es otra parte del círculo de perseguidos que describen las querellas. Luego, como Gambarella quería hacer la carrera de gendarme consiguió un traslado a Córdoba, donde estuvo un año. Antes de que le dieran destino a La Quiaca, le dieron una semana de franco: cuando volvió, le habían dado la baja. “Estuve un año sin documento, ahora lo tengo acá y dice por qué me dieron la baja y los motivos: que me tomaron por subversivo y me hicieron perder toda la carrera, porque a mí me gustaba el Ejército. Pero por haber defendido los derechos, ser atento con estos guerrilleros, me llevó a perder todo mi futuro.”

miércoles, 5 de junio de 2013

Testigo clave en la masacre de Capilla de Rosario

“Carrizo Salvadores dio la orden: hay que liquidarlos a todos”
Lo aseguró un soldado que participó del operativo que concluyó en la masacre. El hombre sufrió de persecuciones y fue dado de baja.


En el marco del juicio que se está llevando a cabo en el tribunal de la Cámara Federal por los delitos de lesa humanidad que se cometieron en agosto de 1974, denominados “Masacre de Capilla del Rosario” y donde se trata de establecer la culpabilidad de los ex militares Carlos Carrizo Salvadores, Mario Nakagama y Jorge Acosta, en la muerte por fusilamiento de un grupo de miembros del ERP que estaban desarmados; desfilaron 10 testigos más, en este caso, presentados por el Ministerio Público y la querella.
Sin lugar a dudas, el testimonio más sobresaliente de la jornada por su precisión en los detalles brindados y su claridad, es el ofrecido por José Gambarella, quien en el año 1974 se encontraba haciendo el servicio militar y el día de los hechos estuvo presente en el lugar de los hechos.
El en ese entonces “colimba” dio a conocer que en la jornada del 11 de agosto, recibió órdenes de hacer un rastrillaje en la zona aledaño al circuito de carreras, conocido como “Campanas del Rosario”, por espacio de tres o cuatro horas con un grupo de soldados.
Es que, según refirió el testigo, había llegado a Catamarca parte de la plana mayor del Ejército Argentino y tenían información del lugar en donde se encontraban ocultos los guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo.
De acuerdo con el testimonio de Gambarella, en horas de la tarde del domingo 11 de agosto siguió adelante el operativo, para el que se desplazaron varios helicópteros que llegaron desde el Oeste y se movilizaron grupos de oficiales de Ejército, en esta oportunidad, bajo las órdenes de un militar que tomó el mando, de tonada porteña, pero de quien desconocía su nombre o apellido.

Pesadilla

El relato del ex militar tuvo por momentos atisbos de pesadilla, especialmente al describir pormenorizadamente la situación: un grupo de jóvenes con las manos en alto o detrás de la nuca, en señal de clara rendición y la respuesta de un nutrido grupo de soldados a esta actitud; disparar a quemarropa y sin piedad sobre sus humanidades.
El hombre explicó que pudo observar cómo los guerrilleros sucumbían ante los impactos de bala, efectuados desde una corta distancia, aclarando que no presentaron resistencia alguna o portaban armas en este punto. “Me hice para atrás y no quise seguir mirando”, indicó, justificando que fue la única reacción posible ante tamaña brutalidad.
De acuerdo con el testimonio del soldado, luego de ese episodio, le ordenaron colaborar con el traslado de los cadáveres, que fueron llevados hasta un helicóptero. Puntualmente, Gambarella debió trasladar personalmente a uno de los cuerpos destrozados, que posteriormente fue llevado hasta la morgue ubicada en la ciudad Capital .
El exmilitar recordó con angustia la manera en la que fueron tratados los cuerpos, “no como si fuesen personas, sino animales”, hecho que lo horrorizó por ser él católico y comprender que esa no era la manera de tratar restos humanos.
Gambarella explicó que como parte del código que había adquirido en su instrucción militar, no era lo debido dispararle a un paracaidista antes de que toque el suelo, mucho menos disparar en contra de alguien que está rendido y se encuentra despojado de armas; por este motivo, una vez que concluyó el operativo, preguntó a sus compañeros: “Si se rindieron...¿por qué los mataron?.
El hombre explicó que haber lanzado este interrogante en esa oportunidad, le valió grandes disgustos, ya que estuvo en un calabozo por treinta días, le quitaron su DNI por un año y se dieron una serie de sucesos que desembocaron en su baja del Ejército.
El excolimba indicó que tratando de buscar explicaciones sobre esto, la única posible fue que lo consideraron un subversivo por haber mostrado humanidad ante los restos de los guerrilleros del ERP.

Respuestas

Una vez concluido el esclarecedor relato de Gambarella, continuaron las preguntas por parte de los fiscales, la querella y la defensa de los exrepresores, que, a pesar de la consistencia en los dichos del testigo, Montero calificó a sus dichos como “inexactos, contradictorios y falaces”.
Ante el cuestionamiento del abogado defensor de Carrizo Salvadores, Nakagama y Acosta, en la que ponía en duda el origen de las órdenes acatadas por Gambarella y el resto de los soldados que formaron parte del operativo, éste explicó que Carrizo Salvadores en persona dio la orden parado en la ruta cercana al lugar de la masacre.
En esa ocasión, el militar al mando del operativo dijo que se trataba de malvivientes que iban a tomar el Regimiento y que “había que liquidarlos a todos”, en referencia a los guerrilleros del ERP.
A su vez, el testigo indicó que en el mismo momento en que las órdenes eran impartidas a los diferentes grupos de soldados; Nakagama, es decir, el otro imputado, también estaba presente.
Asimismo, respondiendo a los cuestionamientos de Montero es que Gambarella recordó el estado en el que se hallaban algunos de lo cuerpos sin vida de los guerrilleros, a los que pudo observar desde una distancia de tres metros. Algunos estaban “partidos por la mitad” y con un gran número de impactos de bala en el cuerpo, y a otro le faltaba una mano.

Banda de Varela

Otro de los testimonios desarrollado en horas de la mañana de ayer fue el brindado por José Florencio Zalazar, un hombre que relató que en la noche referida estaba en su casa ubicada en Banda de Varela.
Hasta allí, segun atestiguó, llegaron dos hombres, uno de ellos heridos de bala. El pedido que le hicieron a Zalazar fue desesperado: necesitaba un médico que asista al joven gravemente herido.
Pero según explicó, cuando trató de encontrar para los desconocidos un facultativo que pudiera brindarles ayuda, fue detenido por miembros del ejército, que le obligaron a decirles en dónde estaba su casa y cuál era la situación. El hombre dijo que esos individuos se presentaron con el apellido Arroyo y Viudez.

“En calzoncillos”

Otro de los testigos que desfiló en la tercera jornada, fue uno de los choferes de los vehículos del ejército, quien aseguró que se le solicitó que conduzca al lugar de los hechos y se saque su uniforme, desconociendo el objetivo. El hombre asegura que estuvo “en calzoncillos” por tres horas, hasta que le devolvieron su uniforme.
Su testimonio trae a colación de la presunta actuación de un oficial de civil en la sangrienta escena.

Ormachea y Véliz

En horas de la tarde y en la continuidad de los testimonios del juicio, se presentaron algunos militares retirados, quienes dieron a conocer su participación en los hechos en cuestión, pero lo más sobresaliente de la segunda parte de la jornada fue que una vez concluida la lista de testigos, el fiscal Rafael Vehils solicitó una copia de la desgrabación de los testimonios de Gambarella y de José Perea, quienes a lo largo de sus relatos develaron la comisión de otro posible delito de lesa humanidad a manos de los militares.
Estos documentos se utilizarán para girar actuaciones a la Justicia Federal por la muerte de los conscriptos Ormachea y Véliz, hechos que tuvieron lugar en violentas y oscuras circunstancias, ya que se tratarían de infiltrados del ERP, dentro del Ejército.
Fuente: http://www.elesquiu.com